Un tema complejo tiene muy ocupada a la opinión pública costarricense durante los últimos meses. La creciente violencia en los centros educativos ha alarmado en términos generales a la población. La discusión sobre la causa del aumento de la violencia, tanto a nivel cuantitativo y cualitativo, no se ha hecho esperar. En primer término, como es de esperar, la discusión se desliza en torno al tema de la familia y el hogar, sobre la base del papel nuclear que juega ésta en los procesos de socialización y reproducción. Grosso modo, el papel de los padres en la formación de los hijos e hijas, los programas de televisión que frecuentan los y las adolescentes; el material al que acceden por medio de internet, los modelos que reciben los y las jóvenes. Por otro lado, asimismo, el tema de los profesores en los centros educativos y el papel de éstos en la formación de los muchachos y muchachas, su capacidad para trabajar con adolescentes, y el manejo de sus conflictos personales y su perfil psicológico en el entorno escolar. Algunos aseguran que los profesores y las profesoras ni siquiera saben cómo dirigirse a las personas menores de edad. También, el papel de los orientadores, y en general, de los equipos interdisciplinarios en el quehacer institucional, y el alcance de sus intervenciones así como la efectividad de su trabajo, que ciertamente, parece no tener un reflejo real dentro de las comunidades estudiantiles, ya sea por que éstas intervenciones son de un alcance limitado o porque simplemente, son muchas las necesidades y poco el recurso humano para hacerle frente. Sin embargo, en principio, la labor de los equipos interdisciplinarios es algo que debería evaluarse y replantearse, pues como profesionales, no llenan las expectativas de trabajo en los centros educativos. Así, padres, profesores y estado han entrado en un juego de pasarse esta “papa caliente”, sin que a las claras se vislumbre una solución o un intento serio de intervención en procura de una incidencia real sobre el problema que se plantea y que se presenta en todos los niveles: entre estudiantes, en las relaciones estudiantes-docentes-estudiante, estado-estudiantes, etc. Ciertamente, es un asunto de valores, pero, como entes socializadores, familia, escuela, estado e iglesia, reflejan los valores predominates en toda sociedad, y esos valores son precisamente los que se promueven para hacer sociales y sociables a las personas.
Desde el gobierno, el abordaje que se ha realizado, ha sido policial, aunque no sea un problema o un tema policial, pues intrínsecamente la policía es violenta por su labor y naturaleza, se le ha tomado como tal, como un problema policial; y tanto a nivel de vigilancia como de estrategias de prevención, la policía ha tomado la batuta en torno a este tema, según destacan algunos medios noticiosos, presentando oficiales en las instituciones, uniformados y demás, brindando temas a modo de talleres, respecto a la violencia, su identificación y su prevención.
Lo cierto del caso es que las autoridades gubernamentales e incluso muchas ong´s, se niegan visualizar el problema en su verdadera dimensión, más allá de focalizarlo y pretender aislarlo en una institución, o grupo, se niega a asumirlo como una situación que está fuera de su alcance en tanto concepto de sociedad. Esto es, la violencia, tal y como se vive en la actualidad, es el reflejo de un estado de cosas que representan una característica estructural, estructurada y estructuralizante del medio en que vivimos y del nivel y grado de desarrollo o subdesarrollo (en general de evolución) de la sociedad costarricense. Decimos evolución, entendiendo como tal el desenvolvimiento procesal de todas las estructuras sociales. Es decir, el desarrollo histórico de las interrelaciones sociales (económicas, políticas, institucionales e idelógicas) que han conformado al “ser costarricense”, y que plantean en el aquí y el ahora un estado de cosas, un status quo. Es imposible para el gobierno cuestionarse a sí mismo al punto de entender que se requiere un cambio estructural profundo, dirigido a incidir en la forma de relacionarse no sólo de las personas entre sí, sino también de las instituciones con las personas y de las instituciones sociales entre sí. Por supuesto, esto implicaría una forma muy novedosa de sociedad, en la que prevalezca la solidaridad sobre la competencia, en que la distribución de los ingresos sea más equitativa, en la que los valores y normas no busquen el favorecimiento de algunos grupos y marginen a otros, es decir, una sociedad más inclusiva, tolerante y con un nivel mayor de bienestar para los ciudadanos.
Pero bueno, en general a nuestros políticos les hace falta mucha imaginación, o simplemente, es mucho más cómodo pensar las cosas, los problemas, desde la estructura que históricamente han desarrollado, y culpabilizar a uno u otro sector en particular, sin que en el fondo las cosas cambien. Conmovido, como católico por la presencia peregrina de la presidenta Chinchilla en las actividades conmemorativas en torno a la Patrona de Costa Rica, me parece que es la hora de poner en práctica el viejo adagio que nos refieren los abuelos en cuanto a Dios rogando y con el mazo dando, antes de que presenciemos en nuestra generación, la degeneración de la sociedad en la dirección que las fantasías futuristas orwellianas, kubrikianas o huxlianas nos insinúan. La ultraviolencia está tocando con fuerza las puertas de nuestra sociedad, ha tocado y ha hecho mella en ella. Pero las cosas discurren a nivel político y económico, como sí nada sucediera.
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