El iniverno de 1963 fue el peor en Ingalterra. El país estaba paralizado, el agua se congelaba enlas cañerías, y había cortes de energía y escasez de carbón. La desolación de ese inviernodejó muchas imágenes pero ninguna ha logrado resumirla más cabalmente que la madrugada del 11 de febrero, cuando Sylvia Plath entro en el cuarto de sus hijos, les dejó dos jarros de leche y dos panes con mantequilla, se encerró luego en la cocina, selló la puerta y ventana con toallas mojadas, abrió la llave de gas y puso la cabeza dentro del horno. La escena es tóxicamente célebre: los hijos de Plath tenían 1 y 2 años; ella acababa de cumplir 30 y estaba escribiendo como nunca antes en su vida; a las nueve de la mañana debía llegar al departamenteo una niñera recomendada por el psiquiatra de Plath (que había intentado convencerla para que se internara o, al menos, se dejara ayudar); los bomberos debieron echar abajo la puerta para salvar a los niños; el padre de las criaturas, el también poeta Ted Hughes, no aparecía por ningún lado.La escena pedía a gritos un culpable y Hughes daba el papel a la perfección: todo Londres sabía que la separación de la pareja se debía al borrascoso romance de Hughes con otra poeta, Assia Wevill.
El matrimonio de Hughes y Plath parecía bendecido por las musas: él era la gran promesa de la poesía inglesa, ella su equivalente norteamericano. Él venía de clase baja rural de Yorkshire, ella de la intelecutalidad judía de Boston. Él hablaba de las fuerzas oscuras de la naturaleza; ella de los campos de concentración de la mente.
Dos horas después de conocerse en Cambridge, ya habían tenido sexo y se habían dedicado un poema uno al otro. Bajo el influjo de esa fiebre se casaron. Pero, como dijo el gran Seamus Heaney, cuando dos poetas tan originales se unen, cada líena que escribe uno le da al otro la sensación de que le fue extraída de su cráneo. A cierto grado de intensidad creativa, que la musa le sea infiel a uno con su pareja debe de ser más insoportable que verla enredada con un ejército de amantes.
Plath logró encontrar su verdadera voz al separarse de Hughes, como quedó en evidencia cuando sus poemas finales se publicaron después de su muerte. Hughes fue el responsable de la edición. Lo acusaron de dejar afuera los poemas que más duros eran con él, aunque los que había dejado eran igualmente duros, y eran mejores poemas. Plath no era una novata en la ceremonia del suicidio. De hecho, creía que la seriedad de sus intentos (uno en EEUU, dos en Ingalterra) la autorizaban a hablar como lo hace en su célebre poema "Lady Lazarus" ("Morir es un arte/yo lo hago excepcionalmente bien/se diría que tengo el don").
Rober Lowell, que prologó aquel libro póstumo y que también habría de suicidarse, dijo que esos poemas "juegan a la ruleta rusa con seis balas en el cargador". Pero entonces Assia Wevill hizo ella también La Gran Plath (hornllas, gas, todo) con el adicional de que se llevó al otro mundo a la hijita de dos años que había tenido con Hughes, y el veredicto quedó sellado para siempre.
Hughes se fue a vivir al campo con los dos hijos que le dió Plath. Dijo que su vida estaba terminada, que sólo sobrevivía póstumamemte (volvió a casarse es cierto, pero con una enfermera, signifique lo que signifique). En sus escasas apariciones públicas le gritaban asesino. Una feminista le dedicó una famosa diatriba "Yo te acuso, Ted Hughes...". La tumba de Plath era sistemáticamente vandalizada para borrarle el Hughes del "Sylvia Plath-Hughes" de la lápida.
Así fueron pasando los años has que, en 1998, poco antes de sumbuir al cáncer Hughes dejó listo un libro titulado Cartas de cumpleaños. Como el Ariel de Plath, también se publicó póstumo. Es el mejor libro de Hughes. Consiste enteramente en poemas dirigidos a Plath. Desde mediados de los 60´s, Hughes había empezado a escribirle cartas a su mujer muerta el día del cumpleaños. Eran poemas que bajaban solos, que no podía ni corregir y que le parecían tan privados que dejó que se fueran acumulando en el fondo de un cajón.
Después de décadas de obstinado silencio, aquel puñado de poemas ofrecía todo lo que Hughes tenía para revelar sobre Plath y él y Assia Wevil. (¿cuánto de tu muerte se debió a mis insanas decisiones?/¿y cuánto de la muerte de ella a mis insanas indecisiones?)
Los plathianos acusaron al finado de "falsear la verdad de los hechos desde la tumba". Hughes sólo se abstenía de hablar de aquella madrugada fatal de febrero de 1963. Recientemente se supo, y armó flor de revuelo, que dejó fuera de la versión final de Cartas de Cumpleaños un poema que iba a titular "Última Carta" , que comienza diciendo "Qué pasó aquella noche, tú última noche" y terminaba cuando una voz en el teléfono deposita en el oído de Hughes esas cuatro palabras como cuchillos "su esposa está muerta". En el poema, Plath quema en presencia de Hughes una nota suicida que le había enviado por correo dos días antes de materse (el correo inglés era tan eficaz que no le dio tiempo de cumplir su cometido: Hughes irrumpió antes en su departamento). En el poema Hughes pasa la noche en el piso de una mujer (que no era Assia Wevill, como siempre se supuso), mientras Plath baja una y otra vez al teléfono público de la esquina (en su departamente no tenía) intentando infructuosamente localizarlo. En el poema, Hughes entra ya de mañana en su casa de soltero, se acomoda frente a sus papeles, cuando el teléfono "despertó electrizado y una voz como un arma elegida especialmente soltó en mi oído esas cuatro heladas palabras: Su esposa está muerta". En el poema, como en el resto del libro, Hughes se dirige evidentemente a Plath, como un hombre que está por morir le habla a su esposa muerta.
Uno de los hijos de Plath y Hughes, Nicholas, se ahorcó en su casa de Alaska hace un año. Vivía solo, aislado del mundo. La hija, Frieda, sigue viva. Cuando se estrenó una infame biopic con Gwyneth Paltrow haciendo de Plath, publicó un breve poema que dice:
Ahora hay una película
para aquellos incapaces de imaginar solos
su cadáver, su cabeza en el horno
Y dicen que yo les debo sus últimas palabras
Por que algo hay que poner en boca
de ese monstruo que han creado.
Ya saben quién: Sylvia, la Muñeca Suicida.
Juan Forn. Tomado de "Ojo", San José, C.R., 18/02/2011-18/03/2011, p. 23.
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