A raíz de una publicación en este blog sobre la obra de Don Fernando Durán Ayanegui, La Joya Manchada, envié un breve cuestionario al autor, quien tomó tiempo entre sus múltiples ocupaciones enviando algunas impresiones suyas y comentando sus proyectos literarios actuales, matizado todo un poco con su usual humor alajuelense. Muchas gracias don Fernando, por su amable consideración y generosidad.
Estimado don Luis Carlos:
Muchas gracias por su generoso comentario. Con mucho gusto intentaré dar respuesta a su cuestionario, en el entendido de que no lo hago con pretensiones de autoridad. Soy un químico aficionado a la literatura, con muy limitada formación en química y casi ninguna en literatura, así que, como dicen en Alajuela, el riesgo es suyo si se sienta a conversar en el parque.
1. ¿Cómo surge la idea de escribir este relato? ¿Recuerda usted el momento de inspiración? Se me ocurrió allá por 1985, pero no lo escribí sino en 1989. Por lo general es así como pasan las cosas en mi caletre: las imagino como de golpe, hago un esbozo mental y lo trabajo, siempre mentalmente, durante meses o años, sin apresuramientos, y un día de tantos me siento y lo escribo dejándome llevar por lo ya pensado pero desviándome tanto como me resulte necesario a juzgar por el resultado. Es así como, por ejemplo, Cuando desaparecieron los topos estuvo en mi cabeza por lo menos durante diez años y al escribirlo lo tenía tan trabajado que casi no tuve que cambiarle ni una coma. El lugar común en la sonrisa fue escrito de un tirón allá por 1991, pero un esbozo manuscrito de tres o cuatro páginas databa de cuando estudié en Bélgica (química, siempre), donde me gradué en 1971. Como 20 años de espera. En general, cuando me siento a escribir un relato, largo o corto, lo hago con la idea de que “ya me lo sé” y lo que voy a hacer es repetirlo, esta vez por escrito. Es como plagiarse a uno mismo.
2. ¿Cuánto tiempo le demoró? No más de tres semanas, me parece.
4. ¿Cuál considera usted es el mejor aporte costarricense a la denominada Literatura Fantástica? Aparte de que no me ubico muy bien en la definición de ese subgénero, es un territorio en el que no me siento muy satisfecho. Recuerdo haber leído, hace como 40 años, un magnífico cuento de Cardona Peña que, me parece, se titula “La niña de Harvard”. Es excelente, categoría 1.
5. En términos generales ¿Cómo evaluaría usted el estado de la literatura costarricense contemporánea, en el aquí y el ahora? Esta es una pregunta que no me gustaría contestar. Sé que es injusto lo que voy a escribir aquí, pero considero que lo más saludable para un lector cuidadoso es someterse a la suerte de los lectores rusos y norteamericanos. Un ruso de la oscura ciudad de Osa, en las estribaciones de los Urales, lee desde niño a Chéjov, es decir, se nutre de un menú literario que corresponde al genio integrado de 180 millones de habitantes y estoy seguro de que no lo obligan a pasarse una parte de su vida leyendo libros escritos por personas nacidas 100 kilómetros a la redonda. Los niños de Tiraspol, a orillas del Dniéster, leían los poemas infantiles de Maikovski. De igual manera, los colegiales de Nebraska leen a Faulkner, a Steinbeck, a Hemingway, al mismo tiempo que lo hacen los chicos de Florida. Si no queremos encharcarnos como ranas en una poza, nuestra referencia debe ser por lo menos latinoamericana. Y con eso no quiero decir que la temática vernácula debe ser dejada de lado. Escritores “costumbrista” europeos como el albanés Kadaré, el serbio Danilo Kis, o el húngaro Sándor Marái, son un costumbrista albanés, un costumbrista serbio y un costumbrista húngaro, pero aun cuando escriban de los barrios o las aldeas en las que nacieron, su universalidad mental es deslumbrante. Lo mismo podríamos decir de Patrick Chamoiseau, el “costumbrista” de la isla caribeña de Guadalupe.
6. ¿Cuál es el escritor o escritora que podría considerarse referente para usted?
Me repito: Ismaíl Kadaré, el albanés. Es enorme, de país pequeño y, más aún, de lengua pequeña, pero es enorme. Cuando yo sea grande quiero ser como él. Claro, antes está Borges, pero lo que menos quiere Zeus es ser imitado por los bueyes.
7. ¿Cuál es el mejor libro que ha leído? La Biblia, pero cada semana cambio de opinión a este respecto.
8, ¿Quién es su autor favorito? Este mes sigue siendo J.L. Borges.
9. ¿Cuáles son los proyectos literarios actuales de Don Fernando Durán? Una nueva camada de cuentos cortos, un poemario integrado básicamente por más de mil jaikai y una novela de política ficción que ya está muy avanzada. Si la bioquímica me da tiempo, voy con unas memorias, muy cortas, centradas en mis experiencias cerca de algunos globos políticos inflados de nuestro Macondo.
10. ¿Cuál es la obra de su autoría que más le agrada a usted? No sé decidirme entre Cuando desaparecieron los topos, En otoño verde y rojo (cuento largo) y Las estirpes de Montánchez (novela).
Muchas gracias por su generoso comentario. Con mucho gusto intentaré dar respuesta a su cuestionario, en el entendido de que no lo hago con pretensiones de autoridad. Soy un químico aficionado a la literatura, con muy limitada formación en química y casi ninguna en literatura, así que, como dicen en Alajuela, el riesgo es suyo si se sienta a conversar en el parque.
1. ¿Cómo surge la idea de escribir este relato? ¿Recuerda usted el momento de inspiración? Se me ocurrió allá por 1985, pero no lo escribí sino en 1989. Por lo general es así como pasan las cosas en mi caletre: las imagino como de golpe, hago un esbozo mental y lo trabajo, siempre mentalmente, durante meses o años, sin apresuramientos, y un día de tantos me siento y lo escribo dejándome llevar por lo ya pensado pero desviándome tanto como me resulte necesario a juzgar por el resultado. Es así como, por ejemplo, Cuando desaparecieron los topos estuvo en mi cabeza por lo menos durante diez años y al escribirlo lo tenía tan trabajado que casi no tuve que cambiarle ni una coma. El lugar común en la sonrisa fue escrito de un tirón allá por 1991, pero un esbozo manuscrito de tres o cuatro páginas databa de cuando estudié en Bélgica (química, siempre), donde me gradué en 1971. Como 20 años de espera. En general, cuando me siento a escribir un relato, largo o corto, lo hago con la idea de que “ya me lo sé” y lo que voy a hacer es repetirlo, esta vez por escrito. Es como plagiarse a uno mismo.
2. ¿Cuánto tiempo le demoró? No más de tres semanas, me parece.
4. ¿Cuál considera usted es el mejor aporte costarricense a la denominada Literatura Fantástica? Aparte de que no me ubico muy bien en la definición de ese subgénero, es un territorio en el que no me siento muy satisfecho. Recuerdo haber leído, hace como 40 años, un magnífico cuento de Cardona Peña que, me parece, se titula “La niña de Harvard”. Es excelente, categoría 1.
5. En términos generales ¿Cómo evaluaría usted el estado de la literatura costarricense contemporánea, en el aquí y el ahora? Esta es una pregunta que no me gustaría contestar. Sé que es injusto lo que voy a escribir aquí, pero considero que lo más saludable para un lector cuidadoso es someterse a la suerte de los lectores rusos y norteamericanos. Un ruso de la oscura ciudad de Osa, en las estribaciones de los Urales, lee desde niño a Chéjov, es decir, se nutre de un menú literario que corresponde al genio integrado de 180 millones de habitantes y estoy seguro de que no lo obligan a pasarse una parte de su vida leyendo libros escritos por personas nacidas 100 kilómetros a la redonda. Los niños de Tiraspol, a orillas del Dniéster, leían los poemas infantiles de Maikovski. De igual manera, los colegiales de Nebraska leen a Faulkner, a Steinbeck, a Hemingway, al mismo tiempo que lo hacen los chicos de Florida. Si no queremos encharcarnos como ranas en una poza, nuestra referencia debe ser por lo menos latinoamericana. Y con eso no quiero decir que la temática vernácula debe ser dejada de lado. Escritores “costumbrista” europeos como el albanés Kadaré, el serbio Danilo Kis, o el húngaro Sándor Marái, son un costumbrista albanés, un costumbrista serbio y un costumbrista húngaro, pero aun cuando escriban de los barrios o las aldeas en las que nacieron, su universalidad mental es deslumbrante. Lo mismo podríamos decir de Patrick Chamoiseau, el “costumbrista” de la isla caribeña de Guadalupe.
6. ¿Cuál es el escritor o escritora que podría considerarse referente para usted?
Me repito: Ismaíl Kadaré, el albanés. Es enorme, de país pequeño y, más aún, de lengua pequeña, pero es enorme. Cuando yo sea grande quiero ser como él. Claro, antes está Borges, pero lo que menos quiere Zeus es ser imitado por los bueyes.
7. ¿Cuál es el mejor libro que ha leído? La Biblia, pero cada semana cambio de opinión a este respecto.
8, ¿Quién es su autor favorito? Este mes sigue siendo J.L. Borges.
9. ¿Cuáles son los proyectos literarios actuales de Don Fernando Durán? Una nueva camada de cuentos cortos, un poemario integrado básicamente por más de mil jaikai y una novela de política ficción que ya está muy avanzada. Si la bioquímica me da tiempo, voy con unas memorias, muy cortas, centradas en mis experiencias cerca de algunos globos políticos inflados de nuestro Macondo.
10. ¿Cuál es la obra de su autoría que más le agrada a usted? No sé decidirme entre Cuando desaparecieron los topos, En otoño verde y rojo (cuento largo) y Las estirpes de Montánchez (novela).
Obras de Don Fernando están disponibles en la Librería Universitaria, en las cercanías del Campus Rodrigo Facio, en San Pedro de Montes de Oca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario